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El Tour de mi infancia por Spock 30 de Marzo de 2021 a las 23:01

Foto:Charly Gaul y Federico Martín Bahamontes. Origen: lb.wiki. Autor: Quell: Archiv Aldo Bolzan. Scan: lb:user:Les Meloures (lb.wiki). Creative Commons Attribution-Share Alike 3.0 Unported license.

Mi padre hablaba con reverencia de Jesús Loroño, Bahamontes, Pérez Francés, Bernardo Ruiz y otros ciclistas españoles de los años del NODO como los genuinos héroes del Tour de Francia. Cuando yo preguntaba cuántas veces había ganado la carrera alguno de ellos, la respuesta era casi siempre prolijamente evasiva y desembocaba de forma inevitable en las incontables ocasiones en que la perfidia francesa, materializada en la organización, la prensa o el público, habían conseguido por uno u otro subterfugio birlar la merecida victoria a uno de los nuestros. Solo el Águila de Toledo escapaba por lo común de esta liturgia porque sí ganó un Tour y si no fueron más, unos días era porque no quiso, otros porque las rencillas en el seno del equipo español lo habían malogrado, y otros porque lo que realmente perseguía, lo verdaderamente codiciado en una España a punto de retornar a la senda monárquica, era el trofeo de lo que entonces llamábamos Rey de la Montaña, que conquistó nada menos que seis veces sin apenas romper a sudar.

El tío Fabián el extremeño metía baza en la conversación dándoselas de perito conocedor de los poderosos ases extranjeros y sus respectivas fortalezas, que lustraban más si cabe las proezas de los corredores patrios, devanando inasequible la letanía de sus nombres: Jacques Anquetil, Fausto Coppi, Raymond Poulidor, qué mala suerte tiene el pobre Poulidor, Felice Gimondi, Hugo Koblet, Louison Bobet y el austriaco ese, cómo se llama, Charly Gaul, que más adelante descubrí que era de Luxemburgo. Eddy Merckx ganaba con suficiencia insultante año tras año pero por algún motivo, quizá por su nada quijotesca avidez de victoria, quizá por ser excéntricamente belga, no era digno de entrar en ese panteón de los “ciclistas buenos de verdad”.

Eran años en blanco y negro en más de un sentido. Años en barbecho del ciclismo español en Francia. Luis Ocaña fue un espejismo hasta el Col de Menté y un oasis cuando ganó en París dos años después. Sin embargo, el pobre Ocaña era sujeto de debate no ya acerca de su nacionalidad sino de la nacionalidad de su corazón, para muchos más francesa que española, pecado sin penitencia en el crepúsculo del régimen. Eran años de radio durante tardes de canícula, prestando atención intermitente al locutor de la SER que con su habla nasal arrastraba las consonantes para estirar el relato las horas que fuera necesario, exagerando en cada etapa el protagonismo de los corredores españoles hasta el límite de lo épico y manteniéndonos en ascuas hasta una línea de meta casi siempre decepcionante.

Nos alcanzaba la adolescencia con Fuente, López Carril, González Linares y toda aquella generación de ciclistas olvidados que tuvieron la mala fortuna de coexistir con Merckx, Zoetemelk (el otro Poulidor), Van Impe, Thevenet y más tarde Hinault, y de preceder a quienes después hicieron historia del ciclismo español en el Tour, quizá ya desde Arroyo, con nosotros ya camino de la universidad y nuestros veranos distraídos en otros menesteres.

A veces en estos días me pregunto qué opinión les merecerían a mi padre y al tío Fabián el extremeño los ciclistas de hoy, ahora que Francia tiene iglesias, castillos y paisaje, cada corredor produce un cierto número de vatios, nadie se acuerda de lo que es una pájara, las distancias se miden continuamente en segundos según el GPS, las carreras transcurren delante de nuestros ojos y locutores y comentaristas, en lugar de crear el espectáculo como antaño, lo empobrecen con su palabrería hueca.