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La Pájara

VUELTA A ESPAÑA 2024

Noi non si fora mai por Spock 26 de Mayo de 2023 a las 23:56

Mi padre fue lector promiscuo de varias novelas a la vez y con frecuencia terminaba, como el escribidor de Vargas Llosa, embrollando argumentos y personajes. En su juventud había adquirido una buena colección de volúmenes de recopilaciones de aquellos publicados por Aguilar y Plaza & Janés en los años cincuenta y sesenta, cada uno de más de mil quinientas páginas de papel biblia, encuadernados en piel con dorados en tapa y lomo. En ellos descubrí maravillosos narradores hoy enterrados como Rudyard Kipling, Stefan Zweig, Nevil Shute o Somerset Maugham. Y allí descubrí también a Dino Buzzati, de quien Borges, en otras ocasiones iluminado hasta la clarividencia, vaticinó que las generaciones venideras no se resignarían a olvidar.

Buzzati, no obstante confesarse ignorante de todo lo tocante al ciclismo, fue enviado por el Corriere della Sera a cubrir como corresponsal el Giro de 1949; no para informar, que de eso ya se ocupaban la Gazzetta y la radio, sino para contarlo en esa prosa suya alegórica y llena de angustia y magia que deja el regusto de Poe y de Kafka. En una Italia despedazada por la guerra, inmersa en una reconstrucción incierta, y tan solo dos semanas después de que su más potente equipo de fútbol, “il Grande Torino”, desapareciera al pie de la basílica de Superga, Buzzati relata día tras día cómo los corredores devuelven un poco de alegría a un país que quiere olvidar: “Corren para nada, es verdad, no construyen nada. ¿Cómo explicar entonces que la gente, incluso los hombres de aquí que son de naturaleza melancólica, al verlos se ponga tan contenta?”

Todos anticipan que este Giro inclinará finalmente la balanza del lado de Fausto Coppi, cinco  años más joven que Gino Bartali y Buzzati construye un relato épico de esta lucha entre un Aquiles favorito de los dioses y un Héctor luchando contra el poder sobrehumano del paso del tiempo. Ciertamente, Coppi completó la etapa reina, la decimoséptima, con 254 kilómetros entre Cuneo y Pinerolo (tan cerca de Superga), en nueve horas y casi veinte minutos, tras ir escapado 192 kilómetros, ascendiendo en solitario los puertos de Maddalena, Vars, Izoard, Monginevro y Sestriere para sacar en la meta doce minutos de ventaja a Bartali, sin duda tan largos y crueles para sus incondicionales como para los troyanos fueran los doce días que el cadáver de Héctor fue arrastrado por el campo de batalla atado al carro del vengativo Aquiles.

Faltaba más de medio siglo para que supiéramos de toda la grandeza del arisco y a veces brutal Bartali, quien mantuvo en secreto hasta su muerte que durante la guerra había arriesgado su vida para salvar las de más de ochocientos judíos de la Toscana, aprovechando su popularidad para transportar documentos falsos ocultos en los tubos de su bicicleta. Dino Buzzati dice de él:

“Así que no lloréis por el campeón derrotado, aún es pronto. No le compadezcáis, no lo hagáis un héroe crepuscular; no le enviéis mensajes de consuelo. No los necesita. Y si alguno de vosotros, sufriendo las mortificaciones de la edad, piensa encontrar en Bartali el consuelo de una réplica, que se desengañe. El señor Gino Bartali no es viejo, ni está desanimado, ni triste. Y está demasiado seguro de sí para mendigar disculpas. Esta mañana alguien le ha preguntado:

—¿Es cierto que ayer pinchó dos o tres veces?

Él ha respondido:

—¿Pinchar? Nosotros no pinchamos nunca.”